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Cómo podemos usar la irrupción de COVID-19 para mejorar los sistemas alimentarios y abordar la emergencia climática

Control de pasajeros en el aeropuerto internacional Maya Maya, Brazzaville, República del Congo. Los equipos de respuesta están corriendo contra la propagación de COVID en África. Foto: D. Elombat (OMS)

A primera vista, la crisis de COVID-19 parece no tener nada que ver con la emergencia climática. Durante el último mes, COVID-19 ha eclipsado el cambio climático y muchos otros desafíos globales como el problema más apremiante que enfrentamos en todo el mundo. Entre aprender a manejar la vida en el encierro y monitorear las gráficas surrealistas que representan un número creciente de contagios y muertes en todo el mundo, puede ser difícil encontrar espacio en nuestra cabeza para cualquier otra cosa.

Pero el nuevo coronavirus ilumina cada vez más una grave fragilidad subyacente que va mucho más allá de la salud. Esta fragilidad proviene del hecho de que nuestros sistemas de salud, energía, finanzas y alimentos están todos inextricablemente conectados. Aquí tenemos una lección clara sobre cómo las cadenas de suministro que cruzan múltiples fronteras son vulnerables al cambio climático y una serie de otros riesgos que se entrecruzan y que están asociados a nuestros sistemas globales. Comprender el cambio climático como un factor de riesgo agravado es ahora una prioridad urgente, con implicaciones sobre cómo percibimos la necesidad de mitigar y adaptar el cambio climático tanto en los países desarrollados como en los países en desarrollo.

El cambio climático es un multiplicador de riesgo global

A medida que la demanda de alimentos ha aumentado, en consonancia con el crecimiento de la población mundial, nuestros sistemas alimentarios mundiales y los recursos naturales de los que dependen ya están bajo presión. Y en muchos lugares del mundo en desarrollo, los impactos del cambio climático y la vulnerabilidad añaden una presión adicional, amenazando los sistemas alimentarios, los medios de vida y la salud. 

A medida que el número de contagios aumenta en los países desarrollados, se avecina una mayor crisis de los sistemas alimentarios

La propagación de COVID-19 en el Sur Global agravará estas presiones sobre los sistemas alimentarios. El acceso de los consumidores a los alimentos y el acceso de los productores a los mercados podrían verse afectados significativamente si se prohíbe la venta de alimentos fuera de los supermercados. Los ingresos y, por lo tanto, la seguridad alimentaria de las personas que dependen del trabajo informal para su subsistencia se verían amenazados por un bloqueo. En África, el virus podría tener un efecto significativo en la propia producción de alimentos si enferma a la envejecida fuerza de trabajo agrícola o impide que las mujeres, que a menudo tienen la tarea de cuidar a los ancianos, lleguen a los campos. El 79% de las mujeres económicamente activas de los países menos desarrollados dependen de la agricultura como principal fuente de sustento (FAO). Esto ocurre incluso cuando África está al borde de una crisis alimentaria debido a una invasión de langostas, la peor infestación de los últimos 25 años.   

Pero COVID-19 nos ha demostrado que el cambio climático también es un multiplicador de riesgos para los sistemas alimentarios en el mundo desarrollado. Si usted vive en uno de los países más afectados por el nuevo coronavirus, es probable que esté familiarizado con los estantes vacíos en los supermercados, haya visto evidencia de restaurantes y sus proveedores que luchan por mantenerse a flote durante los cierres y puede conocer personas que están recurriendo a los bancos de alimentos para alimentar a sus familias después de perder sus trabajos. Si bien para la mayoría de nosotros, esto se ha sentido extremo, las cosas podrían empeorar mucho. En el fondo, a medida que aumenta el número de contagiados en los países desarrollados, se avecina una crisis mayor en los sistemas alimentarios. La naturaleza globalmente interconectada de los sistemas alimentarios significa que los países desarrollados pronto sentirán los impactos de COVID-19 en los países sub-desarrollados.

Se necesita una nueva investigación para comprender el riesgo

En el Reino Unido, por ejemplo, incluso antes de que surgiera el nuevo coronavirus, los investigadores notaron la vulnerabilidad de los sistemas alimentarios de la nación. La Evaluación de riesgos del Cambio Climático del Reino Unido de 2017 resume bien las implicaciones: "los esfuerzos de adaptación centrados en la producción nacional de alimentos del Reino Unido sólo tendrán un éxito marginal debido a la naturaleza interconectada mundial de los sistemas alimentarios...". COVID-19 pondrá de relieve las consecuencias de nuestra incapacidad para mitigar adecuadamente el cambio climático y encontrar soluciones de adaptación en la agricultura.

Los actores del sistema alimentario a lo largo de la cadena de valor se verán afectados de diferentes maneras. Los gobiernos, el sector privado, las ONG y los agricultores ya están lidiando con las implicaciones para el sistema alimentario actual y futuro. Se necesita investigación urgente para comprender mejor cómo los productores, los consumidores y todas las empresas intermedias se verán afectados por los cambios en la oferta y la demanda, ya que COVID obliga a modificar la mano de obra agrícola, los calendarios de siembra, las importaciones y los precios.

En los lugares con menos estabilidad, si la seguridad alimentaria se ve amenazada, la tensión y los disturbios civiles son una posibilidad real. En los países frágiles que ya sufren la inseguridad alimentaria y los efectos del cambio climático, COVID-19 puede llevar a un conflicto en torno al acceso a recursos cada vez más escasos. Necesitaremos nuevas investigaciones para comprender cómo los riesgos se extienden en cascada a través de los sectores y las fronteras y sus posibles repercusiones en los agentes del sistema alimentario, y nuevos enfoques que tengan en cuenta los riesgos interconectados.

La irrupción como oportunidad

Deberíamos aprovechar la oportunidad de optar por negocios inusuales

Cuando todo esto termine, ¿a qué clase de mundo queremos volver? Las respuestas a COVID-19 en todo el mundo demuestran que es posible una acción rápida y colectiva. Hemos demostrado que somos capaces de cambios drásticos en nuestro estilo de vida cuando se nos pide que actuemos en nombre del bien común. 2019 fue el año en que despertamos a la emergencia climática; el año en que el lenguaje cambió. Es imperativo que no perdamos el impulso que hemos trabajado duro para construir, y para ello, tendremos que aprovechar al máximo la situación actual.

Como el mundo se ha detenido en el último mes, estamos encontrando maneras de trabajar desde casa, viajar menos, arreglarnos con menos. Y hay amplia evidencia de los beneficios para el medio ambiente: reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y la contaminación, el retorno de la vida silvestre, y más. Deberíamos esforzarnos por mantener estas ganancias inesperadas. Cuando la crisis se desvanezca será demasiado fácil volver a los negocios usuales; en cambio, deberíamos aprovechar la oportunidad de optar por negocios inusuales y presionar colectivamente para que se produzcan cambios, en los sistemas alimentarios y en otros lugares, para un futuro climático positivo.

Más información:

Andrew Challinor es profesor de Impactos Climáticos en la Universidad de Leeds. Dhanush Dinesh es Director Global de Alianzas en Política del Programa de Investigación de CGIAR en Cambio Climático, Agricultura y Seguridad Alimentaria del CGIAR (CCAFS). Peter Läderach es el líder del eje temático de Tecnologías y Prácticas ASAC de CCAFS. Marissa Van Epp es Directora GLobal de Comunicación y Conocimiento de CCAFS.