¿Concentrarse en lo general, o también en adaptación?
Cuando se trata de financiar programas sobre cambio climático, trazar una línea entre el desarrollo y la adaptación puede ser más perjudicial que beneficioso.
Por Sonja Vermeulen, Líder de Investigación en CCAFS
Los medios de comunicación y grupos de la sociedad civil tienen 'el ojo puesto'1 sobre los fondos públicos empleados en el cambio climático. Su preocupación es que el dinero destinado a la adaptación y mitigación reduce recursos de los fondos para el desarrollo, disminuyendo de ese modo el acceso a mejor salud o educación de las comunidades más pobres.
Las respuestas globales al cambio climático, dice el argumento, son una cuestión de justicia y reparación, no de caridad. En consecuencia, los gobiernos donantes asumen la responsabilidad de probar que las actividades relacionadas con el clima son adicionales, no parte del desarrollo2. Sin embargo, hay muchos que ven el concepto de desarrollo (ya sea el aumento de ingresos o un mayor empoderamiento) como la única vía real para la adaptación. Entonces, ¿dónde termina el desarrollo y comienza la adaptación?
Podemos extraer ideas útiles del artículo escrito por Hallie Eakin, Maria Lemos y Donald Nelson titulado ‘Diferenciar las capacidades como un medio sostenible para la adaptación al cambio climático’3. A partir de ejemplos en la agricultura, los autores distinguen entre capacidad adaptativa ‘genérica’ y ‘específica’.
Las capacidades genéricas incluyen los ingresos y bienes, el acceso a los servicios de educación y salud, participación política, la seguridad y la movilidad. La capacidad de adaptación específica por su parte, se define como las “herramientas y habilidades necesarias para anticipar y responder con eficacia a amenazas (climáticas) específicas", tales como inundaciones, la variabilidad de las precipitaciones o temperaturas más altas.
Los autores se preguntan en el estudio qué capacidad de adaptación, genérica o específica, es más importante; a través de tres estudios de caso en Brasil, México y Estados Unidos. En el noreste de Brasil por ejemplo, las limitadas inversiones públicas en adaptación agrícola de los últimos años se han centrado en capacidades específicas: ejemplos de ello son las previsiones meteorológicas, las variedades de cultivos resistentes a la sequía y la mejora de almacenamiento de agua, pero la asimilación de estas prácticas siempre ha sido baja, en gran parte porque los agricultores son pobres y tienen poca participación política.
Hoy en día, el acceso de los agricultores al apoyo social, el Programa de Asignación Familiar, es la única medida estadísticamente correlacionada con el aumento de la seguridad alimentaria. No obstante, las familias fueron muy vulnerables durante la gran sequía de 2012.
Una conclusión fácil es que las capacidades genéricas proporcionan la base para la adaptación, y que hay que invertir en el desarrollo general por delante de intervenciones específicas sobre el cambio climático. Podría decirse que la mejor manera de aumentar la capacidad de adaptación de los agricultores pobres es ayudarles a aumentar sus ingresos y activos, pero el caso de México muestra que esto no es del todo correcto.
Los programas de seguridad alimentaria que han promovido la venta de maíz híbrido en los mercados formales mexicanos, ha aumentado inadvertidamente el riesgo los medios de subsistencia de los pequeños productores que no cuentan con capital ni un esquema de seguros. Para estos agricultores, el uso de variedades locales de maíz es una forma más confiable para manejar la variabilidad del clima.
Del mismo modo, el caso EE.UU. muestra cómo el exceso de confianza en las capacidades genéricas, puede socavar la inversión en las específicas; la complaciente ‘paradoja del desarrollo seguro’. Como sucedió con el huracán Katrina, los altos niveles de desarrollo nacional no garantizan fortalezas en la gestión de riesgos climáticos.
En resumen, la inversión concertada en servicios y tecnologías específicas para la adaptación no asegura por si sola medios de vida más resilientes, pero tampoco la inversión en desarrollo que omita las herramientas y habilidades para hacer frente a las amenazas adicionales del cambio climático. Si queremos que las capacidades genéricas y específicas trabajen juntas, no unas contra otras, entonces tal vez la lección emergente es no realizar programas climáticos al margen de las políticas de desarrollo. Los más pobres se beneficiarán, incluso si el cálculo de la "adicionalidad" se vuelve un poco más difícil.
Enlaces
[1] EurActiv 2013. EU admits double-counting climate finance and development aid. http://www.euractiv.com/specialreport-un-development-goa/eu-admits-double-counting-climat-news-530583
[2] Knoke, I. 2012. Climate change financing: the concept of additionality. European Parliament Directorate General for External Policies. http://www.europarl.europa.eu/RegData/etudes/note/join/2012/433785/EXPO-DEVE_NT(2012)433785_EN.pdf
[3] Eakin, H.C.,Lemos, M.C. and Nelson, D.R. 2014. Differentiating capacities as a means to sustainable climate change adaptation. Global Environmental Change 27: 1–8. http://dx.doi.org/10.1016/j.gloenvcha.2014.04.013 [acceso limitado]
Esta es la edición de agosto de 2014 de AgClim Letters, un análisis periódico sobre ciencia y política escrito por Sonja Vermeulen, Líder de Investigación de CCAFS. Regístrese para recibir los boletines electrónicos y lea las ediciones pasadas. Sus comentarios son bienvenidos.